Historia de Chai: el milagro indio del desierto
Actualizado: 20 oct 2023
Año 2019. Últimas horas del 24 de diciembre. Estamos en mitad del desierto de Thar, Rajasthan, reunidos con unos amigos que hemos hecho por el camino celebrando la Nochebuena con una botella de ron. De repente aparece una cachorra de apenas un mes de vida. ¿¡De dónde ha salido!? Alguien exclama: It’s a miracle! Allí, entre las dunas aisladas de toda población y sin rastro de una perra que pueda ser su madre, nos montamos la película de que ha venido de la Virgen Cocaí, la única presente de su especie en (probablemente) decenas de km a la redonda. ¿La deberíamos de llamar Chusa? No… No sé por qué no termina de convencerme. Se queda acurrucada entre las mantas… y amanece con nosotros. Era el momento de tomar una decisión.
Baby Chai con una mujer en Somnath, Gujarat
Dejarla ahí no era una opción, pues si no moría de hambre lo haría de frío por la noche. Pensamos en dejarla en el pueblo más cercano, pero no vimos a la madre ni a otros cachorros. Así que sin saber muy bien si hacíamos bien nos la llevamos. La intención, como con Cocaí, era encontrarle una familia local. Al cabo de una semana escasa y tras dejar atrás el desierto y plantarnos en el mar Arábigo nos dimos cuenta de que ya tenía familia: éramos nosotros. Fue una decisión difícil, pero sobre todo apoyada. Y es que se la iban a quedar mi hermano, que había venido a India a vernos cuando se produjo el encuentro, y su novia. Yo “solo” tenía que viajar con ella unos meses mientras le preparaba los papeles para poder “empaquetarla” en un avión y pasar los estrictos controles de importación animal europeos.
El viaje con dos perras se complicó, pero en India todo se puede: ¡gracias a todas las personas que nos llevaron!
Pero no iba a ser sencillo… Ni siquiera posible. En primer lugar porque no contaba con que lo que tenía a mi cargo no era una perra, sino un demonio de Tasmania. Nunca había visto un ser con tanta energía. “Ojalá un día tengas un hijo igual (de movido) que tú”, me decía mi madre cuando se las liaba de pequeño. El Karma me estaba esperando en India 30 años después. En segundo lugar porque apareció el coronavirus y lo cambió todo. Con el mundo paralizado no pude continuar con la burocracia canina hasta medio año después… y ya no pensaba (ni sentía) igual: el vínculo con Chai era demasiado grande. Lo sentí mucho por mi hermano y Yoli, pero era mi perra.
Acampando junto a un afluente del Ganges en el norte de la India
Los dos primeros años de Chai fueron pura aventura, incluyendo una larga pandemia en India, un viaje de medio año por Pakistán, y varios meses más por Irán, Turquía y Europa. Su personalidad infatigable no nos puso las cosas fáciles, pero a cambio lo llenó todo de alegría. Todavía la veo tratando de jugar con perros, humanos, gatos, vacas, cabras, monos y camellos al mismo tiempo. Cocaí, con su santa paciencia, la sacó de más un lío y ayudó mucho en la educación.
Juro que hice lo que estuvo en mi pata para llevarla por el buen camino...
A pesar de perderse en varias ocasiones y un buen puñado de sustos, llegó sana y salva a casa con nosotros. Para entonces había alcanzado a Cocaí en tamaño, pero seguía siendo una cachorra. La eterna hermana pequeña.
A bordo de una de las muchas camionetas que nos llevaron en Pakistán
Este tercer año de vida suyo ha sido muy distinto. Uno de mis mayores temores era que no le gustase vivir en Madrid, pero si Chai tiene una cualidad digna de admirar esa es su rápida adaptación al medio y circunstancias. Ella es feliz siempre, vayamos donde vayamos. Además, le ha venido muy bien tener una rutina y una familia (que la quiere a raudales). Tan bien que cada vez la veo más pachona y hogareña… Nunca sabremos si fue una broma de un pastor del desierto, un regalo de los dioses hindús o, si como dice mi padre, saltó de un avión, pero de lo que no hay duda es de que Chai volverá a las andadas en cuanto reanudemos la marcha. Ella siempre está preparada para una nueva aventura. Como sus dos compitruenos.
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